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ISSN 1989-4163

NUMERO 06 - OCTUBRE 2009

 

Atención a este Diccionario

José Ángel Barrueco

Leo estos días, de cabo a rabo y sin saltarme una entrada, el magnífico “Diccionario del suicidio”, de Carlos Janín. En sus páginas hay espacio no sólo para los suicidas reales, sino también para los suicidas de la ficción, hallados en la mitología, en películas y en cuentos y novelas, y para aquellos que han tratado el tema y para quienes intentaron matarse aunque jamás lo lograran. En la novela de Michael Chabon, “Chicos prodigiosos”, y en la adaptación cinematográfica que dirigió Curtis Hanson, hay un personaje que recita de carrerilla los suicidios más célebres del cine. Esa misma erudición se ve acompañada en este volumen de una escritura amena y potente, de tal manera que el diccionario es al mismo tiempo un manual de consulta, una historia casi completa del suicidio y un libro de relatos, como se ha señalado oportunamente.

A los casos que uno ya conocía, se añaden los que uno ignoraba. Y por eso me está gustando tanto este libro. Porque me descubre las vidas y muertes de ciertos literatos, de algunos actores, de figuras de prestigio del mundo de la música o de la filosofía. Me sirve para ir anotando los títulos de varios libros, escritos por suicidas vocacionales. Me sirve para aprender e ilustrarme. No conocía el caso del actor Patrick Aurignac, quien estuvo siete años en prisión por atraco a mano armada, intervino en algunas películas, dirigió la autobiográfica “Mémories d’un jeune con” y se pegó un tiro a los 32 años. Y tampoco la historia de Christine Chaufour Verheyen, quien plagió los textos autobiográficos del funámbulo Philippe Petit (de su libro “Alcanzar las nubes” y del documental “Man on Wire” ya hemos hablado en este rincón) y se suicidó tras la orden de retirada de los ejemplares de su libro. No se olvida el autor de mencionar el intento de suicidio colectivo de hace cuatro años en una casa rural de Lober, un pueblo de Zamora; aquello tuvo mucha trascendencia, especialmente en mi ciudad. Tampoco conocía o no recordaba yo el caso de Patrick Dewaere, una de las estrellas de “Los rompepelotas”, que se pegó un tiro a los 35 tacos. Ni la historia de James Hatfield, el biógrafo de George W. Bush. En su libro “Fortunate Son” (“El Nerón del siglo XXI”, en España) revelaba datos oscuros del pasado del presidente, como su detención por posesión de cocaína. Hatfield soportó acusaciones extrañas y acoso mediático hasta que se dio muerte a sí mismo en la habitación de un hotel. Otra teoría sostiene que lo asesinaron. A este respecto, lean el artículo de David Cogswell, “La misteriosa muerte del escritor norteamericano James Hatfield”, cuya traducción está disponible en internet. Janín tampoco olvida las historias de los hombres que desaparecieron de la faz de la tierra en circunstancias misteriosas, como el escritor Ambrose Bierce.

En la entrada dedicada al actor Leslie Cheung, habitual del cine de John Woo, Chen Kaige y Wong Kar-Wai, veo un pequeño error de documentación. Dice que Cheung era hijo de William Holden. Si uno busca por ahí, puede comprobar este dato biográfico en numerosas publicaciones: “His father was actor William Holden’s tailor”, es decir, “Su padre fue el sastre del actor William Holden”. Un detalle que podrán subsanar en próximas ediciones. Volveremos a hablar de este “Diccionario del suicidio”, en cuanto concluya su lectura y pueda traer aquí más detalles. Hay miles de razones para no suicidarse, amigos. Una de ellas consiste en disfrutar de la lectura de libros como éste, cuyas historias se ramifican y te obligan a interesarte por las vidas y las muertes y las películas y las novelas de otros, en un afán insaciable por escuchar lo que el mundo tiene que contarnos.        

 
 

Atención a este diccionario

 

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